Rescate en un intento suicida


  • Asegurar la escena. Acomodar la escena a nuestros intereses.
  • Recabar toda la información posible en el menor tiempo posible. Utilizar ‘pinganillo’.
  • Un único interviniente.
  • Personalizar. Establecer contacto verbal.
  • Ser empático, respetuoso, cálido y afectuoso.
  • Ir acercándose, incluso pidiendo permiso.
  • Obedecer si se niega, pero volver a intentarlo. ‘Siempre manda el suicida, pero decide el rescatador’.
  • Preguntarle cómo está, si necesita algo (‘¿un cigarrillo?’, ‘¿algo de beber?’).
  • Intentar cambiar el estado emocional, no el razonamiento. Intentar rebajar el descontrol emocional (gritos, gestos autolesivos…) con mensajes que transmitan tranquilidad, incluso intentando cambiar la autoagresividad por heteroagresividad (verbal).
  • Hablar abiertamente de los que está pasando y preguntarle por ello.
  • Escuchar más que hablar. Dejar que se desahogue con la palabra. Dar muestras de que escuchas y comprendes lo que dice. Practicar la escucha activa.
  • Hablar en positivo (evitar las frases con ‘no’), dando esperanza, pero sin pecar de ingenuidad ni diciendo tópicos o simplezas.
  • No perder de vista la conducta no verbal y los posibles gestos que indiquen peligro. Por lo mismo, reforzar las conductas que le generen tranquilidad (p. ej.: llorar).
  • Exponer los perjuicios de su acción: sufrimiento de seres queridos, posibles secuelas en caso de no consumarlo, dar satisfacción a quien desea que lo haga, o cualquier otra de la que nos haya proporcionado ‘pistas’).
  • Ofrecer beneficios de desistir en el intento, ofrecer ayuda o acceder (incluso proponer) alguna petición que nos supongo mayor compromiso propio o de terceros.