Asegurar la escena. Acomodar la escena a nuestros intereses.
Recabar toda la información posible en el menor tiempo posible. Utilizar ‘pinganillo’.
Un único interviniente.
Personalizar. Establecer contacto verbal.
Ser empático, respetuoso, cálido y afectuoso.
Ir acercándose, incluso pidiendo permiso.
Obedecer si se niega, pero volver a intentarlo. ‘Siempre manda el suicida, pero decide el rescatador’.
Preguntarle cómo está, si necesita algo (‘¿un cigarrillo?’, ‘¿algo de beber?’).
Intentar cambiar el estado emocional, no el razonamiento. Intentar rebajar el descontrol emocional (gritos, gestos
autolesivos…) con mensajes que transmitan tranquilidad, incluso intentando cambiar la autoagresividad por heteroagresividad (verbal).
Hablar abiertamente de los que está pasando y preguntarle por ello.
Escuchar más que hablar. Dejar que se desahogue con la palabra. Dar muestras de que escuchas y comprendes lo que dice.
Practicar la escucha activa.
Hablar en positivo (evitar las frases con ‘no’), dando esperanza, pero sin pecar de ingenuidad ni diciendo tópicos o
simplezas.
No perder de vista la conducta no verbal y los posibles gestos que indiquen peligro. Por lo mismo, reforzar las conductas
que le generen tranquilidad (p. ej.: llorar).
Exponer los perjuicios de su acción: sufrimiento de seres queridos, posibles secuelas en caso de no consumarlo, dar
satisfacción a quien desea que lo haga, o cualquier otra de la que nos haya proporcionado ‘pistas’).
Ofrecer beneficios de desistir en el intento, ofrecer ayuda o acceder (incluso proponer) alguna petición que nos supongo
mayor compromiso propio o de terceros.