Realizar la entrevista en un lugar separado, a ser posible apartado, donde no puedan ser interrumpidos o molestados.
Asegurarse de que el paciente está en una situación clínica que permita una adecuada valoración y el normal desarrollo de la entrevista.
Asegurarse de que se garantiza la seguridad del paciente y del propio entrevistador.
Hablar directa y claramente sobre la situación que se está valorando. No tener miedo de agravar posibles ideaciones. Antes bien, al paciente le sirve para
manejarlas mejor en caso de poseerlas.
Transmitir tranquilidad, tanto con la comunicación verbal como corporal.
Intentar crear un clima relajado, aunque sin frivolidad, incluso con humor, rebajando la posible tensión que pueda existir y creando un ambiente de confianza
en el paciente pueda sentirse mejor y proporcionar también mayor información.
La actitud del entrevistador debe adecuarse a la situación. Si es tranquila y normalizada, la actitud puede ser más distendida, si es más violenta o agitada,
la actitud debe ser más directiva.
Dirigirse más hacia lo emocional que hacia lo racional. El paciente lo aceptará mejor y servirá para la relación terapéutica.
Escuchar más que hablar. Utilizar la escucha activa.
No prometer secreto ni confidencialidad más allá de lo que permite o exige la ley.
No aliarse con el paciente ni contra él.
Ser conscientes de las posibles emociones contratransferenciales que puedan aparecer. Llegado el caso, derivar a otro profesional.
Nunca dar muestras de banalizar ni exagerar la situación o la información que se obtenga de la entrevista.
No juzgar, recriminar, reprobar ni, mucho menos, coaccionar o amenazar.
No fiarse completamente de lo que diga, sobre todo si hay sospecha de intencionalidad suicida. Valorar incluso si está siendo engañado o utilizado por el
paciente.
No olvidar a las familias o acompañantes. Son ellos los que más tiempo pasarán con el paciente y quienes tendrán que abordar las situaciones difíciles.